domingo, 9 de octubre de 2011

el furor melancólico

de roger bartra, territorios del terror y la otredad:

quiero presentar un caso que de manera ejemplar muestra la gran plasticidad y la fuerza de absorbencia que caracterizan al tema de la melancolía. la locura de un teniente de milicias en campeche a fines del siglo XVIII refleja ya los destellos ilustrados que alentaban los sentimientos que más tarde guían la lucha por la independencia de méxico.

en abril de 1795 llega una carta anónima a la inquisición que denuncia al teniente josé maría calderón, destacado en el pueblo de hecelchakán, por declarar que los evangelios son una mentira, que la religión es pura hojarasca, que el infierno no es eterno sino temporal y que no hay cosa más perdida que la inquisición. el santo oficio envía a un fraile y juez eclesiástico a hecelchakán para interrogar a diversos testigos, quienes confirman y amplían la acusación anónima. en consecuencia, se inicia un proceso por herejía contra el teniente calderón, que queda detenido en su casa. el acusado escribe una curiosa carta en su defensa, donde atribuye su herejía a la enfermedad. en un lenguaje no mucho más confuso que el de los cirujanos, explica en términos médicos que el fuego de los ácidos estomacales ha cocido los alimentos, y que esta cocción al pasar a los vasos ha avinagrado su sangre: "estando la sangre en esta última situación es excusado manifestar los males de irritación que pueden padecer, pues, los sabios o los más ignorantes". más adela explica que padece un dolor  "que llaman gálico o reuma", lo cual es una referencia a la sífilis y al corrimiento o fluxión de humores que se acumulan en alguna parte del cuerpo.

en una de sus declaraciones el teniente, que es soltero, ha dicho que "la fornicación no era pecado, pues el fornicar es cosa natural". por su parte, el santo oficio lo acusa de haber llevado una vida muy relajada en cuanto al apetito sensual" y es tachado de "lascivo". seguramente el teniente sufre del morbo gálico, pero en el juicio lo acusan de otro terrible mal francés: " (...) que ha aplaudido y alabado la libertad de conciencia diciendo que dentro de breve tiempo se ha de convertir el reino en república por los franceses", "que sobre no haber cumplido con los preceptos de ayuno y abstinencia de carne, ha dicho también que el confesar, oír misa y besar la mano a los sacerdotes eran ojarascas de la religión y que estas con el tiempo se quitarían respecto a que vendríamos a seguir la doctrina de los franceses", que también ha dicho que la religión a la que nos deberíamos ceñir era la de lutero por ser la más acomodada, pero que lo más acertado era seguir a voltaire", y "que hablando (...) de las revoluciones de francia ha dicho que no hay cosa que se iguale a la república". además se le acusa de haber sostenido "que el señor san josé tuvo buen gusto en haber gozado de maría santísima, porque había sido buen fornicador", que "decir que maría nuestra santísima había parido y quedado y quedado doncella era bobería", que "todas las cosas creadas sólo la naturaleza las había creado", que la religión "solamente era necesaria para sujetar a los ignorantes", que no se confesaba porque "los sacerdotes no tenían facultad para absolver pecados".

son llamados tres cirujanos del ejército a examinar al teniente, pues se sospecha que está loco. el primero diagnostica melancolía: "no se oculta a ningún médico docto que tiene en la sangre, en ese achaque, una más o menos intensa diátesis atrabiliaria y que en el meditulio o sensorio común hay una mutación morbosa en pocas o muchas de sus fibras medulares...  esto todo se ejecuta maquinalmente sin que nada tenga influjo en el imperio de la voluntad". el segundo cirujano duda mucho, afirma que no encuentra en este individuo ningún aparato decisivo de manía o locura existente ni inmediata", pero termina diciendo que sufre de melancolía. el tercer cirujano afirma que padece "de opresión o congoja en la parte izquierda del corazón, oriunda de haber sido insultado o poseído del humor melancólico".

los dictámenes generan cierta confusión en los jueces, que sospechan fingimiento, pero al cabo de tres años deciden enviar al reo a la inquisición de la ciudad de méxico. allí, en abril de de 1788, el médico del santo oficio dictamina que "está demente (...) aunque no se le nota alguna manía o furor, pero sí un delirio melancólico, según lo demuestran la mucha taciturnidad, el color obscuro de su rostro, la opacidad y tristeza de sus ojos". en consecuencia, fue llevado al hospital de san hipólito, donde permaneció hasta el 14 de enero de 1801, día en que falleció en pleno delirio.

antes de morir, consta que "logró un intervalo, de modo que le duró el tiempo que necesitó para confesarse, lo que pidió y ejecutó, haciendo acto de contrición de fe y lo demás que debe hacer un católico cristiano, y a poco rato se le volvió a conocer el delirio con la idea de que le habían dado veneno". debe haber estado muy mal de la cabeza para terminar renegando de las locuras ilustradas francesas que tanto le habían entusiasmado.

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el padecimiento de la locura melancólica nos lleva a una dimensión porosa, maleable y polisémica: un espacio que se expande con desmesura y que traslapa otros territorios. por ello, muchos de los problemas típicos de la modernidad se vinculan con la melancolía: el despotismo ilustrado, el misticismo, la soledad, las creencias heréticas, el crimen, la vejez, los límites de la razón ilustrada... (...) nos percatamos de que las aristas de los tiempos modernos son filosas y provocan graves heridas, y que el progreso –si es que así se puede llamar la marcha histórica hacia el fin del periodo colonial– va acompañado de inmensos sufrimientos. y posiblemente las imágenes de la locura y de los desarreglos mentales son las que de manera más directa y dramática nos transmiten el dolor, pues a las dimensiones materiales del sufrimiento –miseria, hambre– se suman los dolores espirituales y emocionales llevados a sus extremos delirantes.

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