miércoles, 26 de octubre de 2011

en ninguna parte

de louis-rené de forêts, paso a paso hasta el último:

el deseo de ver con claridad obstaculizado por el anhelo de evitar el espectáculo de lo peor. movimiento instintivo de defensa contra lo innombrable, pero que tiene sus límites, ya que la voluntad de no esconderse nada prevalece finalmente sobre la repugnancia y el espanto que suscita la parte monstruosa de la humanidad, es decir, más allá de lo que se piense, aquella que está más o menos latente y en grados diversos en todos y cada uno. de modo que se la denuncia en el otro con conocimiento de causa, aunque sin dejar de experimentar, por un efecto de pertenencia a la especie, una vergüenza personal, un difuso sentimiento de culpa –como si uno sólo le debiese a las circunstancias no haberse internado en el camino de la infamia, condenada a posteriori por la colectividad entera, ciertamente más preocupada por borrar la mancha que por asumirla levantando una acusación contra sí misma, que está lejos de sentirse inocente, aunque no hasta el punto de admitirlo abiertamente y proclamar su culpabilidad.

a la abominación del hecho perpetrado viene así a añadirse el mutismo, forma hipócrita de la denegación o de una no menos abyecta y fingida neutralidad cercana a la indiferencia

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¿tiene sentido hablar de la proximidad de la muerte? no está ahí donde se cree oírla rondando alrededor de uno, ni más lejos de adonde uno pospone dirigirse: su gran fuerza consiste en no estar en ninguna parte, excepto en la cabeza de aquellos a quienes obsesiona y que no la verán nunca – aunque desde siempre sea representada gráficamente mediante un esqueleto armado de una hoz, figura simbólica, ciertamente ingenua, destinada a afectar la imaginación, pero que no muestra nada de su naturaleza secreta, de su invisible ubicuidad–, lo que podría traducirse más exactamente mediante esta formulación: la muerte no está en ninguna parte, está en todas partes.

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