domingo, 25 de septiembre de 2011

epígrafe

sergio gonzález rodríguez, el hombre sin cabeza

 observo que la lógica del miedo se ha impuesto en el mundo. ¿qué hay en el miedo que se vuelve la sustancia de la sociabilidad y el estado desde que thomas hobbes lo estudió cuatro siglos atrás? conviene interrogarlo de cara a sus transformaciones recientes. y recordar que nombrar es distinguir. en otras palabras, desprender de lo informe, de lo inasible y, en consecuencia, de lo abrumador y acaso repugnante o siniestro. [...] ponerle un nombre a las cosas, o señalarlas en el mundo, reviste un lance estratégico respecto de la fenomenología del miedo y el potencial destructivo/constructivo de éste. el miedo implica una entidad que nos confronta desde la desmesura y lo amorfo hasta el momento en el que nos volvemos capaces de contrarrestarlo mediante palabras que saben nombrar y distinguir y, [...] delinea(r) su perfil y autoconfigura(r) sus mapas capciosos.

el miedo nos contiene y nos trasciende. implica el motor por antonomasia de las colectividades que coexisten, y al mismo tiempo, en sus emanaciones paradójicas que les son inmanentes, se muestra como un elemento disolutorio o corrosivo del orden cuando su fuerza resulta mayor que el continente formal, jurídico, legal en el que, después de estar confinado a lo largo del tiempo, llámese estado, nación, sociedad, comunidad, religión, se desborda tras derruir los muros intangibles que le dieron estabilidad y solidez. entonces el miedo tiende a inundar el mundo inmediato: la irrupción del pandemónium tiene lugar, dirían los antiguos. el grado de anomia, la incapacidad de nombrar contigua a la ausencia de reglas en la sociedad y, sobre todo, a la falta de cumplimiento de las reglas, o su ruptura, desvío, manipulación sistemáticas, facetas encubiertas de la misma anomia, aparece como el primer aviso del desbordamiento del miedo, que cuando se expresa en su madurez adquiere el rango supremo de pánico.

paradójico, ambivalente, ambiguo, el miedo permite la sociabilidad tanto como la destruye: da y quita certidumbres. Asimismo mantiene un estado proteico: mientras el continente que lo ordene sea más poderoso, el miedo solidifica, construye edificios, ciudades, límites, murallas, fronteras, territorios y enemigos que imitan una consistencia de aspiraciones atemporales; si el continente se debilita, el miedo se vuelve gaseoso y, al final, líquido, estatuto primigenio en la creación.

de allí que pueda imaginar un proceso del miedo en las sociedades que transcurre desde la fundación en lo telúrico, en el orden, en el progreso, hacia la suma y multiplicación de tales cualidades que se transmutan en valores simbólicos. el mejor ejemplo de esto lo representa la historia oficial de cada país. llegado el punto de desgaste, de dificultad del continente originario para enfentar el transcurso erosivo del tiempo, el miedo pasa de estar sólo incrustado en edificios, ciudades, límites, murallas, fronteras, territorios y enemigos, (a) colmar la bóveda celeste de las simbolizaciones colectivas que moldean lo íntimo [...]

como el agua en los océanos, el miedo crece, conjunta una ola que anega las construcciones colectivas y comienza a dictar sus propias reglas a partir de un índice que va de la duda a la sospecha, y de la incertidumbre a la carencia de perspectivas. el miedo se vuelve también un manto acuífero que anestesia contra el dolor y obliga a cancelar la memoria. en nuestros tiempos el miedo es el síndrome, conjunto de cosas concurrentes, de una fatalidad cumplida en las sociedades planetarias, lo mismo metropolitanas que intermedias o rezagadas, o bien aquellas que pertenecen a una clase diferente: las que incrustan asimetrías y anacronías dentro de cada una de las otras. el dibujo de su geopolítica interconectada admite puntos insoslayables. el miedo también propulsa los nuevos nomadismos: el maremoto esférico. y sus reflujos en los bordes, los puentes, tierra adentro.

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