Montezuma había enviado a Fernan Cortés unos embajadores cargados de magníficos regalos para inducir al General a que volviese a su patria, declarando que les haría exterminar a todos hasta al último si no salían prontamente de sus estados. Disimula el General su enojo. Convida a los enviados de Montezuma a un gran banquete que les da a las orillas del mar en donde les hace admirar su flota, y queriendo después probarles cuan poco temía sus amenazas se arroja con una hacha encendida en la mano y da fuego a sus vageles, que en un instante fueron hechos cenizas. "Id", les dijo, "id a decirle a vuestro amo que me quedo y que muy luego será mi prisionero".
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